Declaración de Fe
Nuestra declaración de fe está conformada por las enseñanzas que sirven como fundamento para la fe cristiana.
Cada enseñanza contenida en este documento siendo una exposición fiel de la palabra del Señor, determina nuestras creencias, acciones y dirección como iglesia.
Es mi oración y deseo que en este documento, usted encuentre una guía práctica y clara para ser edificado en la verdad de nuestro Señor Jesucristo.
Por Cristo y Su Palabra
Pastor Enrique Sarria
Enseñamos que la Biblia es la revelación escrita de Dios a los hombres, así que los 66 libros de la Biblia que nos ha dado el Espíritu Santo constituyen la plena (inspirados por igual en todas sus partes) Palabra de Dios (1Cor. 2:7-14; 2Pedro 1:20-21).
Enseñamos que la Palabra de Dios es una revelación objetiva (1 Tes. 2:13; 1Cor. 2:13), inspirada verbalmente en cada palabra (2Tim. 3:16), absolutamente inerrante en los documentos originales, infalible e inspirada por Dios. Enseñamos la interpretación histórica-gramática de las Escrituras que afirman que los primeros capítulos de Génesis presentan la creación en seis días literales (Gen. 1:31; Éxodo 31:17).
Enseñamos que la Biblia constituye la única regla infalible de fe y practica (Mat. 5:18; 24:35; Juan 10:35; 16:12-13; 17:17; 1Cor. 2:13; 2Tim. 3:15-17; Heb. 4:12; 2Ped. 1:20-21).
Enseñamos que Dios habló en sus Palabra escrita por el proceso de autoría doble. El Espíritu Santo superviso que a través de los autores humanos, y sus personalidades individuales y estilos diferentes de escribir, ellos compusieran y guardaran la Palabra de Dios para el hombre (2Ped. 1:20-21) sin error en su totalidad (Mat. 5:18; 2Tim 3:16).
Enseñamos que, aunque hay varias aplicaciones para un mismo pasaje de las Escrituras, solo hay una sola y verdadera interpretación. El significado de la Escritura se encuentra cuando alguien diligentemente aplica el método gramático-histórico de interpretación bajo la iluminación del Espíritu Santo (Juan 7:17; 16:12-15; 1Cor. 2:7-15; 1Juan 2:20). Es la responsabilidad de los creyentes de escudriñar y entender el verdadero sentido y significado de la Escritura, reconociendo que la aplicación apropiada es para todas las generaciones.
La verdad de las Escrituras permanece firme juzgando al hombre; nunca siendo juzgada por el hombre.
Enseñamos que hay un solo Dios verdadero (Deut. 6:4; Isa. 45:5-7; 1Cor. 8:4), un infinito y omnisciente Espíritu (Juan 4:24), perfecto en todos Sus atributos, uno en esencia, eternamente existiendo en tres Personas—Padre, Hijo y Espíritu Santo (Mat. 28:19; 2Cor. 13:14) —cada uno mereciendo igualmente adoración y obediencia.
Enseñamos que Dios el Padre, la primera Persona de la Trinidad, ordena y dispone todas las cosas de acuerdo con Sus propios propósitos y gracia (Sal. 145:8-9; 1Cor. 8:6). Él es el Creador de todas las cosas (Gen. 1:1-31; Efes. 3:9). Como el único y absoluto todopoderoso Señor sobre todo el universo, Él es soberano sobre la creación, providencia y redención (Salmo 103:19; Rom. 11:36). Su paternidad envuelve Su designio en la Trinidad y su relación con el hombre. Como Creador Él es el Padre de todos los hombres (Efes. 4:6), pero Él es Padre espiritual solamente de los que son creyentes (Rom. 8:14; 2Cor. 6:18). Él ha decretado todas las cosas para Su propia gloria (Efes. 1:11). Él continuamente sostiene, dirige y gobierna todos los eventos de las criaturas (1Cronicas 29:11). En Su soberanía, Él no es el autor ni tampoco aprueba el pecado (Habac. 1:13; Juan 8:38-47), tampoco aprueba los hechos inmorales de las criaturas inteligentes (1Ped. 1:17). Él ha escogido en su gracia desde la eternidad pasada aquellos que Él va a tener como suyos (Efes. 1:4-6; Él salva del pecado a todos los que vienen a Él a través de Jesucristo; Él adopta como suyos a todos aquellos que vienen a Él; y viene a ser por adopción, Padre de los Suyos (Juan 1:12; Rom. 8:15; Gal. 4:5; Heb. 12:5-9).
Enseñamos que Jesucristo, la segunda Persona de la Trinidad, posee todos las excelencias divinas, y en esto Él es igual, consustancial y coeterno con el Padre (Juan 10:30; 14:9).
Enseñamos que Dios el Padre creó todas las cosas de acuerdo a Su propia voluntad, a través de Su Hijo, Jesucristo, por quien todas las cosas continúan existiendo y funcionando (Juan 1:3; Colos. 1:1517; Hebr. 1:2).
Enseñamos que en la encarnación (Dios haciéndose hombre) Cristo rindió solo las prerrogativas de su deidad pero nada de Su esencia divina, ni en grado ni en clase. En Su encarnación, la eterna existente segunda Persona de la Trinidad aceptó todas las características esenciales de la humanidad y se hizo Dios—hombre (Filip. 2:5-8; Cols. 2:9).
Enseñamos que Jesucristo representa la humanidad y la deidad indivisibles en unidad (Miqueas 5:2; Juan 5:23; 14:9-10; Cols. 2:9).
Enseñamos que nuestro Señor Jesucristo nació de una virgen (Isaías 7:14; Mat. 1:23,25; Lucas 1:2635); que él fue Dios encarnado (Juan 1:1, 14); y que el propósito de la encarnación fue revelar a Dios, redimir al hombre, y reinar sobre el Reino de Dios (Salmo 2:7-9; Isaías 9:6; Juan 1:29; Filip. 2:9-11; Heb. 7:25-26; 1Ped. 1:18-19).
Enseñamos que en la encarnación, la segunda Persona de la Trinidad hizo a un lado Su derecho a las prerrogativas de coexistencia con Dios y tomo una existencia apropiada para un siervo mientras que nunca dejo Sus atributos divinos (Filp. 2:5-8).
Enseñamos que nuestro Señor Jesucristo logro nuestra redención por el derramamiento de Su sangre y su muerte sacrificial en la cruz y que Su muerte fue voluntaria, vicaria, sustitucionaria, propiciatoria y redentiva (Juan 10:15; Rom. 3:24-25; 5:8; 1Ped. 2:24).
Su muerte
Enseñamos que en base a la eficacia de la muerte de nuestro Señor Jesucristo, el pecador que cree es liberado de su castigo, el poder y un día de la misma presencia del pecado en su vida; y que él es declarado justo, le es dada vida eterna y es adoptado en la familia de Dios (Rom. 3:25; 5:8-9; 2Cor. 5:14-15; 1Ped. 2:24; 3:18).
Resurrección
Enseñamos que nuestra justificación es hecha segura por Su resurrección física de los muertos y que Él ha ascendido y está a la derecha de Dios Padre, donde Él es mediador y abogado nuestro y Supremo Sacerdote (Mat. 28:6; Luc. 24:38-39; Hech. 2:30-31; Rom. 4:25; 8:34; Heb. 7:25; 9:24; 1Juan 2:1).
Enseñamos que en la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, Dios confirmó la deidad de Su Hijo y comprobó que Dios ha aceptado la obra sacrificial a nuestro favor en la cruz. La resurrección corporal de Jesús es también la garantía de la futura resurrección de todos los creyentes (Juan 5:26-29; 14:19; Rom. 1:4; 4:25; 6:5-10; 1Cor. 15:20,23).
Enseñamos que Jesucristo regresará para recibir a la iglesia, la cual es Su Cuerpo, en el rapto, y regresara con Su iglesia en gloria, y establecerá Su reinado milenial en la tierra (Hec. 1:9-11; 1Tes. 4:13-18; Apoc. 20).
Enseñamos que el Señor Jesucristo es por medio de quien Dios juzgará a toda la humanidad (Juan 5:22-23):
- Creyentes ( 3:10-15; 2Cor. 5:10).
- Los habitantes de la tierra que estén a Su regreso glorioso ( 25:31-46). § Los muertos incrédulos en el Gran Trono Blanco (Apoc. 20:11-15)
Como el mediador entre Dios y los hombres (1Tim. 2:5), la Cabeza de Su Cuerpo la iglesia (Efes. 1:22; 5:23; Cols. 1:18), y el Rey universal, quien reinara en el trono de David (Isaías 9:6; Luc. 1:31-33), Él es el Juez supremo de todos los que se negaron a poner su fe en Él como Señor y Salvador (Mat. 25:1446; Hechos 17:30-31).
Enseñamos que el Espíritu Santo es una Persona divina, eterna, no creada, poseedora de todos los atributos de personalidad y deidad, incluyendo inteligencia (1cor. 2:10-13), emociones (Efes. 4:30), voluntad (1Cor. 12:11), eternidad (Heb. 9:14), omnipresencia (Salmo 139:7-10), omnisciencia (Isaías 40:13-14), omnipotencia (Rom. 15:13), y veracidad (Juan 16:13). En todos los atributos divinos, Él es co-igual y consustancial con el Padre y con el Hijo (Mat. 28:19; Hechos 5:3-4; 28:25-26; 1Cor. 12:46; 2Cor. 13:14; Jer. 31:31-34 con Hebreos 10:15-17).
Enseñamos que es trabajo del Espíritu Santo el ejecutar la divina voluntad en relación con el ser humano. Reconocemos Su soberana actividad en la creación (Gen. 1:2), la encarnación (Mat. 1:18), la revelación escrita de la Palabra (2Ped. 1:20-21), y el trabajo de la salvación (Juan 3:5-7).
Enseñamos que el trabajo del Espíritu Santo en esta era comenzó en Pentecostés, cuando Él vino del Padre como lo prometió Jesús (Juan 14:16-17; 15:26) para iniciar y completar la edificación del Cuerpo de Cristo, el cual es Su iglesia (1Cor. 12:13). Su actividad incluye convictar al mundo de pecado, de justicia y de juicio; glorificando al Señor Jesucristo y transformando creyentes a la imagen de Cristo (Juan 16:7-11; Rom. 8:29; 2Cor. 3:18; Efes. 2:22).
Enseñamos que el Espíritu Santo es el agente sobrenatural y soberano en la regeneración, bautizando a todos los creyentes en el Cuerpo de Cristo (1Cor. 12:13). El Espíritu Santo también vive en, santifica, instruye, habilita para el servicio y sella a los escogidos para el día de la redención (Rom. 8:9; 2Cor. 3:6; Efes. 1:13).
Enseñamos que el Espíritu Santo es el Maestro divino, quien guió a los apóstoles y profetas a toda la verdad mientras estaban escribiendo la revelación de Dios, la Biblia (2Ped. 1:19-21). Cada creyente posee la presencia del Espíritu Santo desde el momento de su salvación, y es la obligación de todos aquellos nacidos del Espíritu, que sean llenos del Espíritu (controlados por) (Juan 16:13; Rom. 8:9; Efes. 5:18; 1Jn. 2:20,27).
Enseñamos que el Espíritu Santo da dones espirituales a la iglesia. El Espíritu Santo no glorifica sus dones ni a si mismo con manifestaciones ostentosas, pero Él glorifica a Jesucristo al implementar Su trabajo de redimir a los perdidos y edificar a los creyentes en la santa fe (Juan 16:13-14; Hec. 1:8; 1Cor. 12:4-11; 2Cor. 3:18).
Enseñamos que el Espíritu Santo es soberano en el repartimiento de Sus dones para el perfeccionamiento de los santos, y que el hablar en lenguas y el trabajo de señales y milagros en el comienzo de la iglesia fueron con el propósito de autentificar a los apóstoles como quienes revelaban la verdad divina, y su propósito nunca fue el de ser característicos de la vida de los creyentes (1Cor. 12:4-11; 13:8-10; 2Cor. 12:12; Efes. 4:7-12; Heb. 2:1-4).
Enseñamos que el hombre fue directamente e inmediatamente creado por Dios en Su imagen y semejanza. El hombre fue creado libre de pecado con una naturaleza racional, inteligencia, habilidad para escoger, determinación propia, y responsabilidad moral (Gen. 2:7, 15-25; Santiago 3:9).
Enseñamos que la intención de Dios en la creación del hombre fue que el hombre glorificara a Dios, disfrutara de comunión con Dios, vivir su vida en la voluntad de Dios y por medio de esto cumplir el propósito para el hombre en la tierra (Isaías 43:7; Col. 1:16; Apoc. 4:11).
Enseñamos que en el pecado de desobediencia de Adán contra la voluntad revelada de Dios, el hombre perdió su inocencia, incurrió en falta de muerte espiritual y física, vino a estar sujeto a la ira de Dios, y comenzó a ser corrupto e incapaz de escoger o hacer lo que es aceptable para Dios aparte de Su divina gracia. Sin poderes de recuperación que le permitieran recuperarse por sí mismo, el hombre está perdido sin esperanza. La salvación del hombre es completamente de la gracia de Dios a través de la obra redentiva de nuestro Señor Jesucristo (Gene. 2:16-17; 3:1-19; Juan 3:36; Rom. 3:23; 6:23; 1Cor. 2:14; Efes. 2:1-3; 1Tim. 2:13-14; 1Jn. 1:8).
Enseñamos que siendo que todos los hombres están en Adán, una naturaleza corrupta por el pecado de Adán ha sido heredada a todos los hombres de todas las edades, siendo Jesucristo la única excepción. Todos los hombres son pecadores por naturaleza, por que escogen y por declaración divina (Salmo 14:1-3; Jer. 17:9; Rom. 3:9-18, 23; 5:10-12).
Enseñamos que la salvación es toda de Dios por gracia sobre la base de la redención de Jesucristo, por el mérito de su sangre derramada, y no es en base a méritos u obras humanas (Jn. 1:12; Efes. 1:7; 2:8-10; 1Ped. 1:18-19).
Enseñamos que la regeneración es un trabajo sobrenatural del Espíritu Santo por medio del cual la naturaleza y la vida divina son dadas (Jn. 3:3-7; Tito 3:5). Es instantánea y es llevada a cabo solamente por el poder del Espíritu Santo a través de la Palabra de Dios (Jn. 5:24) cuando el pecador arrepentido, habilitado por el Espíritu Santo, responde en fe a la divina provisión de la salvación. La regeneración genuina es manifestada por los frutos dignos de arrepentimiento al ser demostrados con actitudes y conducta justas. Buenas obras es el fruto de una genuina regeneración (1Cor. 6:19-20; Efes. 2:10), y serán experimentadas en la medida que el creyente se someta al control del Espíritu Santo en su vida a través de obediencia fiel a la Palabra de Dios (Efes. 5:17-21; Filp. 2:12b; Col. 3:16; 2Ped. 1:4-10). Esta obediencia causa que el creyente crezca en conformidad con la imagen de nuestro Señor Jesucristo (2Cor. 3:18).
Tal conformidad llega a su clímax cuando el creyente es glorificado en la venida de Cristo (Rom. 8:17; 2Ped. 1:4; 1Jn. 3:2-3).
Enseñamos que la elección es un acto de Dios por el cual, desde antes de la fundación del mundo, Él escogió en Cristo aquellos a quienes regeneraría y santificaría en Su gracia (Rom. 8:28-30; Efs. 1:411; 2 Tes. 2:13; 2Tim. 2:10; 1Ped. 1:1-2).
Enseñamos que la elección soberana no contradice o niega la responsabilidad del hombre de arrepentirse y confiar en Cristo como Salvador y Señor (Ezeq. 18:23; 32; 33:11; Jn. 3:18-19, 36; 5:40; Rom. 9:22-23; 2Tes. 2:10-12; Apc. 22:17). Y siendo que la elección soberana incluye los medios para recibir el regalo de la salvación así como el regalo mismo, la elección soberana resultara en lo que Dios determine. Todos los que el Padre atrae a si Mismo vendrán en fe, y todos los que vienen en fe, el Padre los recibirá (Jn. 6:37-40, 44; Hechos 13:48; Sant. 4:8).
Enseñamos que el favor inmerecido que Dios garantiza a los pecadores no tiene relación con ninguna iniciativa de su parte o como una anticipación de Dios a lo que ellos elijan hacer por su propia voluntad, pero es solamente de Su soberana gracia y misericordia (Efes. 1:4-7; Tito 3:4-7; 1Ped. 1:2).
Enseñamos que la elección no debe verse como meramente soberanía abstracta. Dios es verdaderamente soberano, pero Él ejercita Su soberanía en armonía con Sus atributos, especialmente Su omnisciencia, justicia, santidad, sabiduría, gracia y amor (Rom 9:11-16). Esta soberanía siempre exaltara la voluntad de Dios en una manera totalmente consistente con Su carácter como es revelado en la vida de Jesucristo nuestro Señor (Mat. 11:25-28; 2Tim. 1:9).
Enseñamos que la justificación ante Dios es un acto de Dios (Rom. 8:33) por el cual Él declara justos a todos aquellos que a través de su fe en Cristo, se arrepienten de sus pecados (Luc. 13:3; Hechos. 2:38; 3:19; 11:18; Rom. 2:4; 2Cor. 7:10; Isa. 55:6-7) y le confiesan como soberano Señor (Rom 10:9-10; 1Cor. 12:3; 2Cor. 4:5; Filp. 2:11). Esta justificación es aparte de toda obra o virtud del hombre (Rom. 3:20; 4:6) y envuelve la imputación de nuestros pecados sobre Jesucristo (Col. 2:14; 1Ped. 2:24) y la imputación de la justicia de Cristo sobre nosotros (1Cor. 1:30; 2Cor. 5:21). Por este medio, Dios está habilitado para “ser justo y justificador de los que ponen su fe en Jesús” (Rom. 3:26).
Enseñamos que cada creyente es santificado (separado) para Dios por la justificación y es entonces declarado santo e identificado entonces como santo. Esta santificación es posicional e instantánea y no debe ser confundida con la santificación progresiva. Esta santificación tiene que ver con la posición del creyente, no su condición o su caminar presente (Hechos 20:32; 1Cor. 1:2, 30; 6:11; 2Tes. 2:13; Heb. 2:11; 3:1; 10:10, 14; 13:12; 1Ped. 1:2).
Enseñamos que también hay una santificación progresiva por la obra del Espíritu Santo en el creyente por medio de la cual este es llevado más cerca a la posición de justificación que el creyente disfruta. A través de la obediencia a la Palabra de Dios y el ser habilitado por el Espíritu Santo, el creyente es capaz de vivir una vida de santidad en aumento en conformidad con la voluntad de Dios, llegando a ser más y más como el Señor Jesucristo (Jn. 17:17, 19; Rom. 6:1-22; 2Cor. 3:18; 1Tes. 4:3-4; 5:23).
Con este respecto, enseñamos que cada creyente está envuelto en una batalla diaria—la nueva creación en Cristo haciendo batalla en contra de la carne—pero provisión adecuada es hecha para la victoria a través del poder del Espíritu Santo en el creyente. Esta batalla está presente con el creyente durante toda su vida terrenal y nunca se termina completamente. Toda proclamación de la erradicación del pecado en esta vida va en contra de la Palabra. La erradicación del pecado no es posible, pero el Espíritu Santo provee la victoria sobre el pecado (Gal. 5:16-25; Efes. 4:22-24; Filp. 3:12; Col. 3:9-10; 1Ped. 1:14-16; 1Jn. 3:5-9).
Enseñamos que todos los redimidos una vez salvos, son mantenidos por el poder de Dios y son asegurados en Cristo para siempre (Jn 5:24; 6:37-40; 10:27-30; Rom. 5:9-10; 8:1,31-39; 1Cor. 1:48; Efes. 4:30; Heb. 7:25; 13:5; 1Ped. 1:5; Judas 24).
Enseñamos que es el privilegio de los creyentes el regocijarse en la seguridad de su salvación por el testimonio de la Palabra de Dios, la cual, por supuesto prohíbe el uso de la libertad como cristiano como ocasión para una vida de pecado y carnalidad (Rom. 6:15-22; 13:13-14; Gal. 5:13, 25-26; Tito 2:11-14).
Enseñamos que la separación del pecado es claramente un llamado a través del Antiguo y el Nuevo Testamentos, y que la Escritura indica con certeza que en los últimos días la apostasía y la mundanalidad aumentaran (2Cor. 6:14-7:1; 2Tim. 3:1-5).
Enseñamos que de una gratitud profunda por la inmerecida gracia de Dios que se nos ha dado, y porque nuestro Dios es completamente digno de nuestra total consagración, todos los creyentes deben vivir una vida de adoración y amor a Dios de tal manera que no traiga ningún reproche a nuestro Dios y Salvador. También enseñamos que la separación de toda clase de apostasía y toda practica mundana y pecaminosa es un mandamiento para nosotros de parte de Dios (Rom. 12:1-2, 1Cor. 5:9-13; 2Cor. 6:147:1; 1Jn. 2:15-17; 2Jn. 9-11).
Enseñamos que los creyentes deben estar apartados para el Señor Jesucristo (2Tesl. 1:11-12; Heb. 12:12) y afirmamos que la vida cristiana es una vida de obediencia y justicia que refleja las enseñanzas de las bienaventuranzas (Mat. 5:2-12) y una continua búsqueda de la santidad (Rom. 12:1-2; 2Cor. 7:1; Heb. 12:14; Tito 2:11-14; 1Jn 3:1-10).
Enseñamos que todos los que ponen su fe en Jesucristo son inmediatamente posicionados por el Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, la iglesia (1Cor. 12:12-13), la novia de Cristo (2Cor. 11:2; Efes. 5:23-32; Apoc. 19:7-8), de quien Cristo es la Cabeza (Efes. 1:22; 4:15; Col. 1:18).
Enseñamos que la formación de la iglesia, el Cuerpo de Cristo, comenzó en el día de Pentecostés (Hechos 2:1-21, 38-47) y será completada con la venida de Cristo en el rapto (1Cor. 15:51-52; 1Tes.
4:13-18).
Enseñamos que la iglesia es un organismo espiritual único diseñado por Cristo, formado de todos los nuevos nacidos en Cristo en esta época presente (Efes. 2:11-3:6). La iglesia es diferente de Israel (1 Cor 10:32), un misterio no revelado hasta esta edad (Efes. 3:1-6; 5:32).
Enseñamos que el establecimiento y continuidad de las iglesias locales es claramente enseñado y definido en el Nuevo Testamento (Hechos 14:23, 27; 20:17, 28; Gal. 1:2; Filp. 1:1; 1Tes. 1:1; 2Tes.
1:1) y que los miembros del Cuerpo espiritual son dirigidos a asociarse juntos en una iglesia local (1Cor. 11:18-20; Heb. 10:25).
Enseñamos que la autoridad suprema para la iglesia es Cristo (1Cor. 11:3; Efes. 1:22; Col. 1:18) y que el liderazgo de la iglesia, los dones, el orden, la disciplina y la adoración todos son puestos o llamados por Su soberanía así como lo encontramos en las Escrituras. Los oficiales designados bíblicamente, sirviendo bajo el liderazgo de Cristo y sobre la asamblea son los ancianos (también llamados obispos, pastores, y maestros-pastores; Hechos 20:28; Efes. 4:11) y diáconos, ambos deben llenar las calificaciones bíblicas (1Tim. 3:1-13; Tito 1:5-9; 1Pe. 5:1-5).
Enseñamos que estos líderes lideran o gobiernan como siervos de Cristo (1Tim. 5:17-22) y tienen Su autoridad para dirigir a la iglesia. La congregación debe someterse a su liderazgo (Heb. 13:7, 17).
Enseñamos la importancia del discipulado (Mat. 28:19-20; 2Tim. 2:2), rendir cuentas mutuamente como creyentes (Mat. 18:5-14; Efes. 4:1-6), lo mismo que la necesidad de disciplinar a miembros que están en pecado haciéndolo en acuerdo con los estándares de la Biblia (Mat. 18:15-22; Hec. 5:1-11; 1Cor. 5:1-13; 2Tes. 3:6-15; 1Tim. 1:19-20; Tito 1:10-16).
Enseñamos la autonomía de la iglesia local, libre de todo control o autoridad externa, con el derecho a gobernarse a sí misma y libre de toda interferencia jerárquica de individuos u organizaciones (Tito 1:5). Enseñamos que es escritural para las iglesias verdaderas, el cooperar unas con otras para la presentación y la propagación de la fe. Mas sin embargo cada iglesia local a través de sus ancianos y su interpretación y aplicación de las Escrituras, debe de ser el único que juzga la medida y el método de esta cooperación. Los ancianos deben determinar todo lo referente a membresía, pólizas, disciplina, benevolencia y también gobierno (Hechos 15:19-31; 20:28; 1Cor. 5: 4-7, 13; 1Pe. 5:1-4).
Enseñamos que el propósito de la iglesia es el de glorificar a Dios (Efes. 3:21) al edificarse a sí misma en la fe (Efes. 4:13-16), por la instrucción de la Palabra (2Tim. 2:2, 15; 3:16-17), de la comunión o compañerismo (Hechos 2:47; 1Jn 1:3), por el guardar las ordenanzas (Lucas 22:19; Hechos 2:38-42), avanzando y comunicando el evangelio de Jesucristo a todo el mundo (Mat. 28:19; Hechos 1:8; 2:42).
Enseñamos el llamamiento de todos los santos a la obra del ministerio
(1Cor. 15:58; Efes. 4:12; Apoc 22:12). Enseñamos la necesidad de la iglesia de cooperar con Dios a medida que Él cumple Su propósito en el mundo. Para esto, Él le da a la iglesia dones espirituales. Él da hombres escogidos con el propósito de equipar a los santos para la obra del ministerio (Efes. 4:712), y Él también da habilidades espirituales únicas a cada miembro del Cuerpo de Cristo (Rom. 12:58; 1Cor. 12:4-31; 1Pe. 4:10-11).
Enseñamos que hubo dos tipos de dones dados a la iglesia primitiva: el don milagroso de la sanidad y la revelación divina, dados temporalmente en la era apostólica con el propósito de confirmar la autenticidad del mensaje de los apóstoles (Heb. 2:3-4; 2Cor. 12:12); y dones para ministrar, dados para equipar a los creyentes para la edificación mutua. Con la revelación completa del Nuevo Testamento, la Escritura viene a ser el único medio de examinar la autenticidad del mensaje de un hombre, y los dones milagrosos de confirmación ya no se necesitan para validar al hombre o su mensaje (1Cor. 13:812). Los dones milagrosos pueden inclusive ser imitados por Satanás para engañar incluso a los creyentes (1Cor. 13:13-14:12; Apoc. 13:13-14). Los únicos dones en operación hoy en día son los dones no reveladores, dados para edificar y equipar (Rom. 12:6-8).
Enseñamos que nadie posee el don de sanidad hoy en día, pero Dios puede escuchar y contestar la oración de fe y va a contestar de acuerdo con Su propia y perfecta voluntad al enfermo, al que sufre y al afligido (Luc. 18:1-6 8; Juan 5:7-9; 2Cor. 12:6-10; Sant. 5:13-16; 1Juan 5:14-15).
Enseñamos que hay dos ordenanzas que se le han entregado a la iglesia local: bautismo en agua y la Santa Cena o Cena del Señor (Hechos 2:38-42). El bautismo cristiano por inmersión (Hec. 8:36-39) es el testimonio solemne de un creyente mostrando su fe en el Salvador crucificado, enterrado, y resucitado, y su unión con Él en muerte al pecado y resurrección a la nueva vida (Rom. 6:1-11). Es también una señal de comunión e identificación con el Cuerpo visible de Cristo (Hechos 2:41-42).
Enseñamos que la Cena del Señor es la conmemoración y proclamación de Su muerte hasta que Él regrese, y debe siempre precederse con solemne auto examinación (1Cor. 11:28-32). También enseñamos que los elementos de la cena son solamente símbolos representativos del cuerpo y la sangre de Cristo, la participación en la Cena del Señor es una comunión actual con el Cristo resucitado, quien habita en cada creyente y por eso está presente teniendo comunión con Su pueblo (1Cor. 10:16).
Ángeles Santos. Enseñamos que los ángeles son seres creados y por tanto no deben ser adorados. Aunque son de una jerarquía superior al hombre en el orden de la creación, ellos fueron creados para servir a Dios y adorarle. (Luc. 2:9-14; Heb. 1:6-7; Apoc. 5:11-14; 19:10; 22:19).
Ángeles Caídos. Enseñamos que Satanás es un ángel creado y el autor del pecado. Incurrió en el juicio de Dios al rebelarse contra su Creador (Isaías 14:12-17; Ezeq. 28:11-19), al tomar consigo muchos ángeles en su caída (Mat. 25:41; Apoc. 12:1-14), y al introducir el pecado en la raza humana al tentar a Eva (Gen. 3:1-15).
Enseñamos que Satanás es el enemigo declarado de Dios y del hombre (Isaías 13:13-14; Mateo 4:111; Apoc. 12:9-10); que él es el príncipe de este mundo, quien ha sido derrotado a través de la muerte y resurrección de Jesucristo (Rom. 16:20); y que él debe ser castigado eternamente en el lago de fuego (Isaías 14:12-17; Ezequiel 28:11-19; Mateo 25:41; Apoc. 20:10).
La Muerte. Enseñamos que la muerte física no envuelve la perdida de nuestra conciencia inmaterial (Apoc. 6:9-11), que el alma del redimido pasa inmediatamente a la presencia de Cristo (Luc. 23:43; Filip. 1:23; 2Cor. 5:8), que hay una separación del cuerpo y el alma (Filip. 1:21-24), y que para el redimido, esta separación continua hasta el rapto (1Tes. 4:13-17), donde se inicia la primera resurrección (Apoc. 20:4-6), cuando nuestro cuerpo y alma serán reunidos para ser glorificados para siempre con nuestro Señor (Filip. 3:21; 1Cor. 15:33-44, 50-54). Hasta ese tiempo, el alma de los redimidos sin Cristo permanece en un estado de comunión y gozo con nuestro Señor Jesucristo (2Cor. 5:8).
Enseñamos la resurrección corporal de todos los hombres, los salvos para la vida eterna (Juan 6:39; Rom. 8:10-11, 19-23; 2Cor. 4:14), y de los no salvos al juicio y el castigo sin fin (Daniel 12:2; Juan 5:29; Apoc. 20:13-15).
Enseñamos que en la muerte, el alma de los perdidos es tenida bajo castigo hasta la segunda resurrección (Luc. 16:19-26; Apoc. 20:13-15), cuando el alma y el cuerpo resucitado serán reunidos (Juan 5:28-29). Ellos aparecerán entonces ante el juicio del Gran Trono Blanco (Apoc. 20:11-15) y serán lanzados al infierno, el lago de fuego (Mat. 25:41-46), cortados de la vida de Dios para siempre (Daniel 12:2; Mat. 25:41-46; 2Tesal. 1:7-9).
El rapto de la iglesia. Enseñamos el regreso personal y corporal de nuestro Señor Jesucristo antes del periodo de siete años de tribulación para trasladar Su iglesia de esta tierra (Juan 14:1-3; 1Cor. 15:51-53; 1Tes. 4:15, 5:11) y que entre este evento y Su glorioso regreso con Sus santos, los creyentes estarán frente al tribunal de Cristo para comparecer ante él, para ser premiados de acuerdo a sus obras (1Cor. 3:11-15; 2Cor. 5:10).
La gran tribulación. Enseñamos que inmediatamente después del levantamiento de la iglesia de esta tierra (Juan 14:1-3, 1Tes. 4:13-18) el justo juicio de Dios será derramado sobre un mundo incrédulo (Jer. 30:7; Daniel 9:27; 12:1; 2Tes. 2:7-12; Apoc. 16), y que este juicio culminara con el regreso de Cristo en gloria a la tierra (Mat. 24:27-31; 25:31-46; 2Tes 2:7:12). En ese tiempo los santos del Antiguo
Testamento y del periodo de la gran tribulación serán levantados y los vivos serán juzgados (Daniel 12:2-3; Apoc 20:4-6). Este periodo incluye las setenta semanas de la profecía de Daniel (Daniel 9:2427; Mat. 24:15-31; 25:31-46).
La segunda venida y el reino milenial. Enseñamos que, después de la gran tribulación, Cristo vendrá para ocupar el trono de David (Mat. 25:31; Lucas 1:31-33; Hechos 1:10-11; 2:29-30) y establecer Su reinado mesiánico en la tierra por 1,000 años (Apoc. 20:1-7). Durante este tiempo los santos resucitados reinaran con Él sobre Israel y todas las naciones de la tierra (Ezequiel 37:21-28; Daniel 7:17-22; Apoc. 19:11-16). Este reino será precedido por el derrocamiento del Anticristo y el falso profeta, y por el removimiento de Satanás del mundo (Daniel 7:17-27; Apoc. 20:1-7).
Enseñamos que el reino en sí mismo será el cumplimiento de la promesa de Dios a Israel (Isa. 65:1725; Ezequiel 37:21-28; Zacarías 8:1-17) para restaurarlos a la tierra que ellos menospreciaron por su desobediencia (Deut. 28:15-68). El resultado de su desobediencia fue que Israel fue temporalmente hecho a un lado (Mat. 21:43; Rom. 11:1-26), pero será de nuevo despertado a través del arrepentimiento para entrar en la tierra de bendición (Jeremias 31:31-34; Ezequiel 36:22-32; Rom. 11:25-29). Enseñamos que este tiempo de gobierno de nuestro Señor se caracterizara por la armonía, justicia, paz y larga vida (Isaías 11; 65:17-25; Ezequiel 36:33-38), y terminara cuando Satanás sea suelto (Apoc. 20:7).
El juicio de los incrédulos. Enseñamos que después de que Satanás sea suelto después de 1,000 años del reinado de Cristo (Apoc. 20:7), Satanás engañará a las naciones de la tierra y las juntara para la batalla en contra de los santos y de la amada ciudad, en ese tiempo Satanás y su ejército serán devorados por fuego del cielo (Apoc. 20:9). Seguido a esto, Satanás será lanzado al lago de fuego (Mat. 25:41; Apoc. 20:10), a este punto Cristo, que es el Juez de todos los hombres (Juan 5:22), resucitará y juzgara a grandes y pequeños en el juicio del Gran Trono Blanco.
Enseñamos que esta resurrección de los incrédulos muertos al juicio será una resurrección física, donde recibirán su juicio (Juan 5:28-19), serán condenados a un castigo eterno en el lago de fuego (Mat. 25:41; Apoc. 20:11-15).
La eternidad. Enseñamos que después del milenio, de Satanás ser suelto temporalmente y el juicio de los incrédulos (2Tes. 1:9; Apoc. 20:7-15), los creyentes entraran en un estado de gloria eterna con Dios, después de lo cual los elementos de esta tierra serán disueltos (2Pedro 3:10) y reemplazados con una nueva tierra, donde solamente reina la justicia (Efes. 5:5; Apoc. 20:15; 21:1-27; 22:1-21). Seguido de esto, la ciudad celestial descenderá del cielo (Apoc. 21:2) y será el lugar donde habitan los santos, donde disfrutaran comunión eterna con Dios y unos con otros (Jn. 17:3; Apoc. 21-22). Nuestro Señor Jesucristo al haber cumplido su misión redentiva, entregará el reino a Dios el Padre (1Cor. 15:24-28), para que en todas las esferas el Dios trino reine por los siglos de los siglos (1Cor. 15:28).
QUE QUIERE DECIR EL SER CRISTIANO?
Ser un cristiano es más que identificarse a sí mismo con una religión en particular o afirmar cierto sistema de valores. Ser cristiano significa que usted cree lo que la Biblia dice acerca de Dios, el hombre, y la salvación. Considere las siguientes verdades encontradas en las escrituras:
Dios es el Creador Soberano. El pensamiento contemporáneo dice que el hombre es producto de la evolución. Pero la Biblia dice que fuimos creados por un Dios personal para amarlo, servirle, y disfrutar comunión interminable con Él. El Nuevo Testamento revela que fue Jesús mismo quien creó todas las cosas (Juan 1:3; Col. 1:16). Así es que Él mismo es dueño y Señor de todo (Salmo 103:19). Esto quiere decir que Él tiene autoridad sobre nuestras vidas y le debemos fidelidad absoluta, obediencia y adoración.
Dios es Santo. Dios es absoluta y perfectamente santo (Isaías 6:3), por lo tanto Él no puede hacer el mal o aprobarlo (Sant. 1:13). Dios requiere que nosotros seamos santos como Él lo es. 1Pedro 1:16 dice, “Sean santos como Yo soy Santo.”
El hombre es pecador. De acuerdo a las Escrituras, cada persona es culpable de pecar: “No hay ningún hombre que no peque” (1Reyes 8:46). Esto no quiere decir que seamos incapaces de llevar a cabo obras humanas de caridad. Pero somos incapaces en toda medida de entender, amar o agradar a Dios por nosotros mismos. (Rom. 3:10-12).
El Pecado demanda un Castigo. La justicia y Santidad de Dios demandan que el pecado sea castigado con la muerte: (Ezequiel 18:4). Es por esto que simplemente el cambiar nuestro comportamiento y nuestra manera de vivir no puede resolver nuestro problema del pecado o eliminar sus consecuencias.
Jesús es Señor y Salvador. El Nuevo Testamento revela que Jesús mismo fue quien creó todas las cosas (Cols. 1:16). Por tanto Él es dueño y Señor de todo (Salmo 103:19). Esto quiere decir que Él tiene autoridad sobre nuestras vidas y le debemos fidelidad absoluta, obediencia y adoración. Romanos 10:9 dice, que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.” Aunque la justicia de Dios demanda la muerte como pago por el pecado, por Su amor a provisto un Salvador quien pago el castigo y murió por los pecadores (1Ped. 3:18). La muerte de Cristo satisfizo las demandas de la justicia de Dios y la vida perfecta de Cristo satisfizo las demandas de la santidad de Dios (2Cor. 5:21), habilitándolo así a Él para perdonar y salvar aquellos quienes ponen su fe en Él (Rom. 3:26).
El Carácter de la Fe Salvadora. La verdadera fe es siempre acompañada con el arrepentimiento de los pecados. Arrepentimiento es estar de acuerdo con Dios que usted es pecador, confesando sus pecados a Él, haciendo una decisión consiente de alejarse del pecado (Luc. 13:3, 5; 1Tesl. 1:9), buscar a Cristo (Mat. 11:28-30; Jn. 17:3) y obedecerle a Él (1Jn. 2:3). No es suficiente el conocer ciertos hechos acerca de Cristo. Aun Satanás y sus demonios creen en el verdadero Dios (Sant. 2:19), pero ellos no lo aman ni le obedecen. La verdadera fe salvadora responde en obediencia (Efs. 2:10).